viernes, 4 de agosto de 2017

SANTO VIACRUCIS, Segunda Estación: "JESÚS CON LA CRUZ A CUESTAS", por el Doctor Plinio Corrêa de Oliveira


         Siguiendo el esquema de piedad de LA SEMANA DEL BUEN CRISTIANO, dedicamos este día viernes al Sacratísimo Corazón de Jesús y a meditar en reparación al Mismo Corazón, los sufrimientos que padeció Nuestro Señor en Su Dolorosa Pasión.

         Un sencillo método, para aquellos que se inician en esta necesaria devoción o para aquellos que carecen de mucho tiempo, es centrarnos en una de las Estaciones del Santo Viacrucis, si bien siempre será lo ideal rezarlo completo, para poder lucrar las indulgencias que lleva concedidas.






     Se inicia así, mi adorado Señor, vuestra caminata hacia el lugar de la inmolación. El Padre Celestial no quiso que fueseis muerto por un golpe fulminante. Vos habríais de enseñarnos durante Vuestra Pasión, no sólo a morir, sino también enfrentar a la muerte. Enfrentarla con serenidad, sin vacilación ni flaqueza, caminando incluso hacia ella con el paso resuelto del guerrero que avanza hacia el combate; he ahí la admirable lección que me dais.

     Frente al dolor, Dios mío, cuánta es mi cobardía. Ora contemporizo antes de tomar mi cruz; ora retrocedo, traicionando el deber; ora, por fin, yo lo acepto, pero con tanto tedio, tanta molicie, que parezco odiar el peso que vuestra voluntad me pone sobre los hombros.

     En otras ocasiones, ¡cuántas veces cierro los ojos para no ver el dolor! Me ciego voluntariamente con un optimismo estúpido, porque no tengo el coraje de enfrentar la prueba, y por eso me miento a mí mismo: no es verdad que la renuncia a aquel placer se me impone para que no caiga en el pecado; no es verdad que debo vencer aquel hábito que favorece mis más arraigadas pasiones; no es verdad que debo abandonar aquel ambiente, aquella amistad, que minan y destruyen toda mi vida espiritual; no, nada de esto es verdad… cierro los ojos, y arrojo a un lado mi cruz.

     ¡Jesús mío, perdonadme tanta pereza, y por la llaga que la Cruz abrió en vuestros hombros, curad, Padre de las Misericordias, la horrible llaga que abrí en mi alma durante todos los años vividos con relajamiento interior y con condescendencia conmigo mismo!




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